viernes, 3 de junio de 2011

Cuarenta y uno

No, no la había, no había ninguna forma y lo sabía. Era muy complicado conseguir convencer a su padre. Tan difícil… Era lo que más quería en el mundo, quedarse con ella, con Emma hasta la vejez. Era muy pronto para decidirlo, pero sabía que ella no era de esas chicas que cambian con el tiempo, sino de esas que permanecen igual que el primer día. Vale sí, era cierto que había cambiado algo, que su opinión el primer día fue de desprecio, que le caía mal… Pero fue aquel mordisco el que le había dicho que esa chica tenía que ser para él, que era dura y difícil de conseguir, y eso era lo que a él tanto le gustaba. Los retos.
***
Se despertó a la mañana siguiente por culpa de unas rosquillitas en el ombligo. ¿Qué coño…?
-Buenos días chaval.
-Em…¿qué hora…es?
-Espera-Miró el reloj de la mesita-La una y trece.
-¡¡Jo-der!! Es tardísimo, ¿cómo salgo ahora de aquí listilla?
-Se han ido todos, mis abuelos a misa y mis padres y hermano no sé pero en casa no hay nadie, eso fijo.
-Vale-Se levantó para vestirse. Abrió la boca hasta el tope y se estiró, Emma lo miraba desde la cama riéndose.
-¿Qué te pasa a ti, pija?
-¿Pija?-Se rió-Que tienes un moratón guapísimo en el cuello por mí-Se tapó con las mantas descojonada de la risa.
-¿Qué dices?-Sus ojos eran gigantes y su boca estaba abierta de par en par. Se miró al espejo del armario-Sal inmediatamente de ahí y déjame maquillaje.
-Voy querida-Dijo con una voz demasiado pija. Vino del baño con un estuche pequeño-Espera que te lo tapo yo anda.
-Mala persona-Le besó la mano cuando se acercó a maquillar la zona.
-¿Desayunas conmigo abajo?
-Si me lo das vale.
Bajaron a desayunar, ella sacó la tostadora, el pan, la mermelada, etc.
-Anda sube a vestirte que ya sigo yo.
-No quemes la cocina ¿vale?-Le dijo alzando la mano en señal de amenaza.
-Con que amenazando e…ala pues para mi un festín y para ti una rebanada de pan y un café.
-Mmm, colocado y vale. Ya desayuné con mis padres-Dijo riéndose a medida que subía las escaleras para escaparse de él.
-Qué cabrona. Entonces…¿hago para mí solo no?
-¡¡No, que yo desayuno dos veces. Lo que me ofreciste!!
-Esta niña…-Dijo para sí mismo-Qué cruz, Dios. La adoro.
Bajó con un vestidito corto de tirantes gordos y de tonos granates, con unas sandalias que lucían una flor negra enorme en la punta del pie.
-¡¡Coño, una ciruela viva!!
-Te odio-Le dijo cogiéndolo por la cara y besándolo. Él la acarició por el muslo hacia arriba por debajo del vestido.
-Venga, a desayunar gorda.
-Oye niño…
-Por desayunar dos veces al día guapa.

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