viernes, 10 de junio de 2011

Sesenta y cinco

-HA LLEGADO EL DÍA, EL DÍA MARAVILLOSO, DE VOLVER A CASA, A CASA MARAVILLOSA, Y VER A LA FAMILIA, FAMILIA MARAVILLOSA.
-Hugo, estás loco ¿ya lo sabías no?-Borja se pone su chupa de cuero y las Ray Ban en la cabeza, recoge su maleta y sale por al puerta-Venga vámonos, habitación hasta dentro de dos semanas.
-¡¡Allá vamos!!
En la puerta del centro recogen sus teléfonos, y el resto de “tecnologías” y suben al autobús que les llevará de nuevo a casa. Un último vistazo y el autobús arranca.

***
-Mamá, el correo.
-Ahora voy Rubén-Llega a la salita, lo mira pasando una tras otra, nada importante, la última le llama la atención. La abre-Es de tu hermano.
-Mamá, mamá, ¿viene Borja?-Marta tira de la camiseta de la madre hacia ella para llamar su atención.
-Si cielo, Borja vuelve durante dos semanas-Le sonríe-Vamos hay que limpiar su cuarto.
Rubén pone mala cara y sube de mala gana a limpiar la habitación en la que ahora abundaban alguna que otra caja y polvo, mucho polvo.

“Mierda, yo que esperaba que no volviera nunca, que se pudriera por allá adelante, que me dejara vivir la vida como Dios manda, sin interrupciones por presencias no deseadas como es la suya. Y ahora mi madre me manda limpiar SU cuarto el cual va a utilizar solo dos míseras semanas supuestamente según dice la carta. Y para colmo está lleno de mierda, anda que no ha podido limpiarlo ella como hace con el resto de la casa. No, ha preferido mantenerlo cerrado hasta hoy”
Abre la ventana, vacía las estanterías, su madre lo ayuda. Después de un largo rato limpiando la habitación está habitable otra vez.
Alicia baja a la cocina y empieza a vaciar los armarios en busca de los ingredientes de ese pastel tan especial que le gusta a su hijo el mayor. Mientras, tararea una canción que no se sabe pero que suena en ese momento en la radio.

Pasan las horas.
Marta salió afuera con sus botas de agua y un carricoche de juguete, algún que otro copo de nieve empezó a caer. Un joven apuesto estaba enfrente de la casa, es moreno y alto. Llevaba una mochila grande a la espalda y otra bolsa en la mano izquierda.
El pelo se lo recordaba más corto y rizado, pero ahora lo tenía un poco más largo, no le quedaba mal. Se quitó las gafas y las colocó en la cabeza mientras esbozaba una amplia sonrisa y empezaba a caminar por el sendero de piedra que daba al porche de la casa en frente de la niña. Ésta gritó su nombre en alto y echó a correr hacia él dejando el carricoche abandonado en el césped. Él soltó la bolsa y se inclinó hacia delante. La niña saltó a sus brazos.

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